martes, 20 de marzo de 2012

Vida de perros

Por Isabel Pérez Fernández Medina

“Puma” es un spaniel bretón de aproximadamente siete años, digo aproximadamente porque no sabemos ni dónde ni cuando nació. Llegó a nuestra casa y a nuestras vidas un caluroso día de verano. El culpable fue mi hijo menor. Lo encontró vagando por la calle, entrando y; no siendo precisamente bien recibido, en tiendas y bares. Cuando lo vi aparecer puse el grito en el cielo., ¡con un perro en la familia era suficiente!.
Le dí agua al animal y a mi hijo “la orden” de que lo sacara de casa al día siguiente.
Cuando por fin me calmé y lo observé atentamente, no dí crédito a lo que veía “Puma” era un esqueleto andante, con los ralos pelos de punta y unos enormes ojos tristes.
Pasaron los días y por una cosa o por otra el perro seguía en casa. Lo llevé al veterinario, que no me dio muchas esperanzas. Pero al cabo de un tiempo se empezó a recuperar y adquirió la “manía” de no dejarme ni a sol ni a sombra, siempre pegado a mí, para que comiera me tenía que poner a su lado…
Al poco tiempo estando yo en la cocina llamaron con urgencia al timbre. Cuando abrí la puerta la vecina de abajo me dijo bastante alterada que el perro estaba tendido en la acera, sangrando abundantemente. Se había caído por la ventana ¡desde un tercer piso!. Corriendo lo cogí como pude, envuelto en una toalla y con toda la prisa de que fui capaz lo llevé a la clínica veterinaria. Aunque parezca increíble solamente tenía un corte en una pata.
Cada vez que le miro y aunque no le diga nada, mueve el rabo y cuando llego a casa salta y ladra a mí alrededor sin parar. No sé si es un perro con mala suerte por todas las peripecias que le han ocurrido en su vida, pero de lo que sí estoy segura es de que es un perro felíz.

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